Por Corresponsalía Buenos Aires – Tiempo atrás, un avezado dirigente político supo resumir en una frase lo que muchos piensan pero pocos se atreven a decir: “el malestar de la sociedad con la política es general. Con los políticos, más”. Y ayer, en las elecciones de la Ciudad de Buenos Aires, esa afirmación se transformó en evidencia numérica.
El 50 por ciento del padrón decidió no votar. Medio millón de porteños eligieron la indiferencia por sobre el compromiso cívico. Un mensaje claro, rotundo, ensordecedor: no creemos en ustedes.
La campaña fue desangelada, opaca, insulsa. Nadie habló de futuro. Ninguno de los principales candidatos ofreció una visión concreta de qué ciudad imaginan para los próximos años. Solo hubo chicanas, pases de factura y, en el mejor de los casos, silencios estratégicos.
Promesas de campaña, pocas. Propuestas, ninguna. Parecía más bien una disputa entre egos que un proceso democrático para elegir al próximo jefe de Gobierno.
El candidato de La Libertad Avanza fue el que más votos obtuvo. Pero como señaló una figura con experiencia en estas lides: llegar primero no significa haber ganado.
La dispersión del oficialismo, que hace 16 años gobierna la Capital, fue alarmante. El PRO, la UCR, la Coalición Cívica y el larretismo jugaron cada uno su propio partido. Como si no supieran que el poder se diluye cuando no se lo sabe administrar en conjunto.
A decir verdad, la gestión actual tampoco ayuda. Calles rotas, inseguridad creciente, subtes que no se modernizan, y una clase media que ve cómo se achica su capacidad de vivir en la ciudad que alguna vez ofreció calidad de vida.
Del otro lado, el peronismo —con Leandro Santoro a la cabeza— intentó despegarse del kirchnerismo, esa mochila pesada en una ciudad históricamente refractaria a la épica K. Pero no alcanzó. La sombra de los “mariscales de la derrota” del 2023 aún es demasiado larga.
En ese clima enrarecido, fue el libertario quien supo interpretar mejor el “sálvese quien pueda” de la clase política. Y aprovechó el desgano generalizado para colarse primero en la carrera.
Aunque, conviene repetirlo: el verdadero ganador fue la abstención. La señora INDIFERENCIA —así, en mayúsculas—, que se llevó por delante a todos los candidatos y se convirtió en el fenómeno más comentado de la jornada.
No es para menos. En un escenario donde no se ofrece esperanza ni proyecto, la gente vota con los pies. Y se queda en casa.
Por eso, parafraseando a Borges, hay que admitirlo sin rodeos:
A los porteños no los une el amor, sino el espanto.