La superficialidad licuó el sentido de los conceptos, convirtiéndolos en sonidos que no tienen que ver con sus contenidos y los sacó de su contexto histórico. En la sociedad maniquea del espectáculo los fanáticos los usan para fabricar fantasías.
Existen algunos que se dedican a combatir el “comunismo”, poniendo bajo esta categoría a la mayoría de los gobiernos de América Latina, que en realidad son distintos. La idea de que los gobiernos de México, Brasil, Venezuela y Cuba son lo mismo, o que sus dirigentes aspiran a llevarnos al “comunismo” es disparatada.
Cuba es el único país comunista que queda en el mundo, un escombro de la Guerra Fría que flota en el mar de los sargazos. Durante lo que Eric Hobsbawm llamó “el siglo corto”, comprendido entre la revolución soviética de 1917 y la caída del Muro de Berlín en 1989, el enfrentamiento ideológico tuvo como centro la lucha entre el comunismo y sus enemigos.
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La isla fue el único país americano, geográficamente próximo a los Estados Unidos, que se alineó totalmente con la Unión Soviética, eliminó la propiedad privada, instauró una dictadura que ha durado décadas.
En ese entonces parecía que la izquierda ganaría la Guerra Fría. Hasta la década de los sesenta, el Partido Comunista Soviético controló un proyecto que se implantó en los países integrados a la URSS, los de Europa Oriental, China y Cuba. El Baath, Muamar el Khadafi y otros movimientos y líderes socialistas se alinearon con un modelo que predicaba la dictadura del proletariado y la economía centralmente planificada.
Cuando parecía llegar el triunfo del comunismo en el mundo, Salvador Allende impulsó en 1967 la formación de la OLAS, cuyo lema fue “El deber de todo revolucionario es hacer la revolución”. Cuba se convirtió en una potencia, intervino con sus tropas apoyando proyectos revolucionarios en Angola, Mozambique, Eritrea, Etiopía, Namibia. Promovió la formación de movimientos armados revolucionarios en todo el continente americano, puso campamentos para entrenar a sus efectivos, financió esos proyectos.
En la década de 1960 ocurrieron otros hechos que potenciaron la ola revolucionaria, pero limitaron el papel de la URSS. El discurso de Nikita Kruschev en el XX Congreso del PCUS declarando la desestalinización provocó la reacción de Mao en China y la división del movimiento comunista. El maoísmo entró a disputar el liderazgo de la revolución y la financió en distintos países. Hasta la irrupción de Deng Xiaoping y la transformación de China en una potencia capitalista, Mao quiso ser el líder mundial del socialismo.
El desarrollo de los medios de comunicación permitió que todos pudieran ver cómo se vivía en los demás países del mundo. Más allá de la propaganda y las informaciones que transmitían los ideólogos, se hizo evidente el fracaso de la economía centralmente planificada, el rock difundió un mensaje de libertad que impactó entre los jóvenes de los países socialistas, estaba plantada la semilla para el desmoronamiento del socialismo real.
En Occidente tuvieron lugar transformaciones que cuestionaron las normas de la sociedad vigente. La revolución del Mayo francés, el movimiento hippie, la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, el feminismo, la lucha por la paz en contra de la invasión norteamericana a Vietnam, pusieron en crisis los valores. La música y los espectáculos masivos fueron el medio de comunicación que reemplazó a las marchas proletarias, el elemento subversivo de una transformación que cambió la vida cotidiana de la mayoría de los occidentales. Cuando acabó el socialismo real, esa fue la revolución que ocupó el centro del escenario.
El comunismo se desmoronó porque fracasó en el manejo de la economía de todos los países en que se implantó. A pesar de los millones de muertos provocados por el plan quinquenal soviético, el Gran Salto Adelante maoísta y otros países que implantaron ese esquema, la economía centralmente planificada fracasó en todo lado. La URSS quebró, no pudo seguir financiando la revolución mundial. Es interesante la conversación entre Leonid Brézhnev y Mengistu Haile Mariam que Riccardo Orizio reproduce en Hablando Con El Diablo. Entrevistas Con Dictadores, especialmente cuando el líder soviético afirma que el intento de hacer la revolución mundial ha llevado a su país a la quiebra, y que ya no será posible mandar mas recursos a la Etiopía revolucionaria.
Desde 1990 China y Rusia se convirtieron en países capitalistas, con gobiernos autoritarios propios de sus culturas. No exportan la revolución, sino productos. Cuba es el único país que conservó el viejo sistema, pero sin el financiamiento soviético no solo que no puede mantener guerrillas o intervenir militarmente en ningún lado, sino que vive de la caridad: la ONU que le manda comida.
El Foro de Sao Paulo o el Grupo de Puebla no se parecen a la poderosa OLAS que contó con recursos ilimitados para sus objetivos. Son Clubes de políticos retirados, que se reúnen de tiempo y tiempo para tomar café y añorar tiempos perdidos. Su posibilidad de incidir en la política de América Latina es nula. Su presupuesto alcanza apenas para el alquiler del local y unas masitas para acompañar el café. No podrían mandar un destacamento de veinte soldados a Angola, ni entrenar a guerrilleros en ningún sitio.
Algunos llaman “izquierda” a países como Cuba, y a dos dictaduras caribeñas, más descendientes de Somoza y Trujillo que de Carlos Marx. Ponen en la misma bolsa a países gobernados por partidos de izquierda modernos, que no pretenden destruir la “democracia burguesa”, sino que defienden ideas de justicia y respeto a los derechos humanos dentro de la discusión democrática.
Se necesita un alto grado de fnatismo para suponer que México, Brasil, Chile o Uruguay quieren copiar el modelo cubano o venezolano. Son países con políticos sofisticados, saben lo que hacen desde su perspectiva. Es interesante anotar que varias empresas enormes, se han mudado en estos meses de Argentina y de Estados Unidos a México, gobernado por Claudia Sheinbaum. ¿Será que las transnacionales se hicieron comunistas y quieren que nacionalicen sus activos o que buscan la institucionalidad que ofrecen esos países, aunque estén gobernados por “la izquierda”, siendo más previsibles que otras opciones derechistas, pero inestables?
Cuando el comunismo había desaparecido y no tenía sentido intentar hacer la revolución mundial, apareció el socialismo del siglo XXI. Se nutrió del desencanto de la mayoría de latinoamericanos con los políticos tradicionales, se presentó como una alternativa. Sus líderes hablaron en contra de la partidocracia, de los políticos de siempre, tuvieron la suerte de que, cuando llegaron al poder, los precios de las commodities fueron buenos, y les dieron dinero para financiar su proyecto.
Hugo Chávez intentó ser un líder mundial. Estableció protectorados en el Caribe, subvencionó a Cuba, mandó valijas de dinero para ayudar a sus candidatos en las elecciones de varios países. Pero Venezuela no era la URSS, no tenía fuerza para liderar al mundo. Sus desvaríos ayudaron a que el país quiebre, pero nunca logró ser Stalin.
Inicialmente los líderes de esta tendencia llamaron la atención. Eran outsiders que se vestían de manera diferente, Chávez con su boina, Correa con camisas bordadas con flores, Evo con sus camperas, pero su discurso y sus acciones fueron contradictorios.
Chávez botó la plata por la ventana creando “misiones” con las que repartió dinero con cualquier pretexto. Cuando murió, el país estaba en crisis, el gran exportador de petróleo se había reducido a su mínima expresión. Maduro, bastante más ignorante y sin la personalidad atractiva del coronel, tuvo que realizar un fraude para seguir en el poder. La supuesta implicación de él y de su entorno en el tráfico de drogas le ha merecido una orden de captura internacional emitida por Interpol, que ofrece una recompensa para quien ayude a capturarlo. Mezcla de vudú y macumba con culto a la personalidad, Maduro habla con pajaritos, encabezando un proyecto que evidentemente no tiene ninguna relación con el marxismo.
Correa decía ser de izquierda, pero combatió a quienes apoyaban leyes en pro de las mujeres, persiguió a los dirigentes indígenas más que ningún otro gobierno del siglo XXI. Sacó a la Base militar norteamericana que estaba en la ciudad de Manta, dique que impedía que decenas de miles de colombianos, tanto de derecha como de izquierda, que habían pasado su vida dedicados a la guerra, el secuestro y la protección de narcotraficantes, que quedaron en la desocupación con la paz, ingresaran a Ecuador. Para muchos, nacidos durante el prolongado conflicto con la guerrilla, a veces incluso en zonas liberadas, era difícil integrarse a la sociedad y poner una heladería.
Correa declaró a Ecuador tierra libre, para que cualquiera pudiera afincarse en el país sin presentar sus antecedentes penales. El país, uno de los más seguros de América, pasó a ser uno de los más peligrosos del mundo. El que fue sitio de la Base norteamericana es ahora la capital de la delincuencia y el narcotrafico. Mezclando entusiasmos revolucionarios con supersticiones religiosas, Correa fue condenado por la Justicia y se encuentra fuera del país desde hace años.
Después de la contundente derrota que sufrió, a manos de Daniel Noboa, hace pocos meses, apareció con la teoría de que se había realizado un fraude con cierta tinta mágica procedente de la India, que cambiaba de lugar cuando un elector elegía a su candidata. No solo que se convirtió en objeto de mofa de la gente del país, sino que sus dirigentes lo están abandonando por distintos caminos.
En realidad Correa, Cristina, Evo, fueron una novedad hace veinte años. Dueños absolutos de sus partidos, trataron de perpetuarse en el poder, pero los líderes “para siempre” como Perón, Velasco Ibarra, Haya de la Torre, fueron fenómenos de otra época. Los coroneles de los generales del siglo XXI crecieron. Tienen la misma edad que sus líderes, cuando aparecieron hace veinte años. De chicos se conformaban con ser obedientes y ocupar un lugar en la Corte, hoy quieren coronarse.
Sabiendo que no podían seguir en el poder inmediatamente, los tres trataron de poner presidentes títeres, Moreno, Fernández, Arce. En todos los casos los nuevos presidentes creyeron que habían sido elegidos para el cargo y dejaron de obedecer a los líderes eternos.
Movimientos revolucionarios que nacieron a destiempo, no tuvieron proyectos revolucionarios que respaldar con el dinero que consiguieron. Los revolucionarios de otra época hacían operaciones para conseguir recursos para financiar la revolución. Los nuevos, no compran metralletas o cajas de seguridad, sino que atesoran dinero, compras vehículos de alta gama o relojes finos. Eso es bueno para la sociedad, pero quitó la justificación ética de sus operaciones.
Terminado el financiamiento externo, algunos de estos grupos terminaron estableciendo relaciones con grupos delincuenciales, o que están al filo de la legalidad. Evo, Cristina, Maduro, Correa, tienen ordenes de prisión y están perseguidos por la Justicia.
En Bolivia el experimento del MAS terminó con una hecatombe económica. Colas interminables para comprar combustibles, escasez de productos, un sensación de despecho y desencanto en la mayoría de la población, aseguran una derrota del proyecto del socialismo del siglo XXI en las próximas elecciones.
Un país fascinante, con culturas diversas, y enorme riqueza, Bolivia fue dueña de Potosí, el lugar del que salió la plata que alimentó a la Nao de Manila, una de las cadenas más grandes de enriquecimiento de la Colonia. Ahora, en el mismo departamento de Potosí está el litio, mineral indispensable para las nuevas tecnologías, que ayudará a financiar el futuro del país.
Estamos observando las elecciones, para entregar a nuestros lectores un análisis, como lo hemos hecho con otras elecciones durante estos quince años.