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«Tralalero tralalá»: Cuando lo absurdo se vuelve norma y la infancia se pierde en la pantalla

Hace poco, un niño de seis años entró al consultorio con una sonrisa desbordante y comenzó a cantar: «Tung tung tung sahur, tralalero tralalá». No lo hizo por pedir atención. Lo hizo como quien comparte un tesoro: algo que todos en su mundo ya conocen, algo que forma parte de su lengua secreta, de su identidad digital.

Le pregunté de qué se trataba. «Es de TikTok», me dijo. «Todos lo cantan». No era una canción. No era un juego. No era un cuento. Era, simplemente, una sucesión de sílabas sin sentido, generada por inteligencia artificial, acompañada de imágenes caóticas y personajes grotescos.

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Un fenómeno viral conocido como Italian Brainrot. Y, como Skibidi Toilet antes que él (2023), se ha convertido en el himno no oficial de una generación.

Pero detrás de esa inocente repetición, hay algo que no podemos seguir ignorando: estamos asistiendo, en silencio, a una transformación profunda en la forma en que los niños ven, piensan y sienten el mundo.

El entretenimiento sin sentido: ¿diversión o deterioro?

Hoy, millones de niños y niñas repiten frases en un «italiano inventado», bailan con movimientos robóticos y melodías coreanas que no tienen letra, solo sonido. Videos generados por IA muestran tazas de café con piernas, cocodrilos bombarderos y tiburones con zapatillas Nike, todo envuelto en una estética kitsch, estridente y surrealista.

Una vista sencilla parece una moda pasajera. Pero cuando se repite día tras día, cuando ocupa horas de pantalla, cuando se convierte en el tema de conversación en el patio del colegio… Deja de ser un meme. Y se vuelve un síntoma. Un síntoma de lo que algunos ya lo llaman «brainrot o podredumbre cerebral»: es el deterioro cognitivo silencioso causado por el consumo excesivo de contenido digital, sin estructura, sin narrativa, sin significado.

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Y no es una metáfora. Es un fenómeno real, estudiado. Y sus efectos se ven en las aulas, en los hogares, en las camas, donde los niños no pueden dormir porque sus mentes aún están aceleradas por el último video que vieron.

Tres señales de alerta que no podemos desoír: El consumo de videos de Brainrot fragmenta la atención, ya que su ritmo acelerado con cambios constantes de escena y estímulos intenso entrena al cerebro infantil para esperar sobrecarga sensorial, dificultando la concentración, la memoria y la comprensión lectora. Esta exposición genera una sobrecarga cognitiva que deja a los niños aturdidos e inquietos, sin poder procesar lo que ven. Además, al consumirse frecuentemente antes de dormir, interfiere en el sueño, provocando insomnio y descanso de mala calidad, lo que inicia un círculo vicioso: más pantalla, peor sueño, más ansiedad y mayor dependencia de la tecnología.

¿Quién está detrás de estos vídeos?

No son creaciones espontáneas de jóvenes aburridos. Son productos de una industria digital que prioriza el algoritmo sobre el desarrollo humano. Personajes generados por IA, sin guionistas, sin psicólogos, sin ética. Escenarios diseñados para capturar la atención, no para educar.

Y siempre, la marca visible: las zapatillas, los logos, los objetos de consumo. No es casualidad. Es publicidad encubierta disfrazada de humor absurdo.

Y los más pequeños, en pleno desarrollo, son el blanco perfecto.

¿Qué pueden hacer padres y educadores frente al Brainrot?

No se trata de prohibir la tecnología, sino de acompañar con presencia y sentido crítico.

  • Supervisar con empatía: Ver juntos, preguntar y dialogar. «¿Por qué te hace gracia? ¿Qué crees que quieren que compres?» Es la puerta al pensamiento crítico.
  • Establecer límites claros: Horarios de pantalla, nada de dispositivos en el dormitorio y uso solo en espacios comunes.
  • Ofrecer alternativas analógicas: Juegos de mesa, lectura, arte, juego libre y naturaleza para equilibrar la vida online y offline.
  • Hablar del marketing encubierto: Enseñarles que esos personajes con zapatillas de marca no son casualidad. Es publicidad disfrazada de meme.

La infancia no puede ser un campo de pruebas para algoritmos. Nos toca a nosotros guiar, explicar y proteger el derecho a una mente tranquila, curiosa y libre. No se trata de demonizar la tecnología. Se trata de recuperar el rol de acompañante.

¿Qué clase de infancia queremos para nuestros hijos?

¿Una infancia de estímulos rápidos, caos constante y atención fragmentada? ¿O una infancia donde puedan soñar, imaginar, conversar, aburrirse incluso y desde el aburrimiento, crear?

Porque mientras más absurdo se vuelva internet, más sentido debemos aportar nosotros.

Mientras más rápido vaya el mundo, más lento debemos saber caminar con ellos.

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No es un mercado. No es un dato más en una métrica de compromiso. Es un derecho. Es el tiempo más sagrado de la vida. Y si no lo defendemos, nadie lo hará.

Se trata de abrir los ojos y reconocer que, en medio del ruido digital, la infancia necesita más que nunca un adulto presente. Alguien que no solo supervisa, sino que se detiene. Que mira. Que pregunta. Que dialoga.

Porque la tecnología no criará a nuestros hijos. Nosotros sí. Y en cada mirada compartida, en cada pregunta hecha, en cada silencio protegido, está el acto más revolucionario de amor: ser guía en un mundo que no deja de acelerar. Eso, ni la IA más sofisticada podrá replicarlo jamás.

(*) Mariana Savid Saravia – Psicopedagoga, especialista en Neuroeducación, Educación en Ciudadanía Digital y Mediación y Convivencia Escolar

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