Siempre me interesa hablar de cómo se construyen los vínculos en territorios que parecen ajenos, pero que con el tiempo se convierten en propios”, dice Daniel Burman, director y productor que estrena Un mundo imaginado, adaptación de la novela de Claudia Piñeiro para Netflix. La serie traslada el pulso del western al norte argentino, un territorio indeterminado donde la política, la memoria y la pertenencia se mezclan con la intimidad familiar. Burman, quien ya exploró identidades y vínculos en películas como El abrazo partido y El reino, encuentra aquí un laboratorio narrativo: un paisaje árido, cargado de historia y conflicto, que condiciona la vida de los personajes y pone en tensión lo privado y lo público. La serie propone un “western burocrático”, donde la geografía funciona como espejo de los abismos interiores y los secretos familiares. En diálogo con este medio, Burman explica cómo el género, la naturaleza y los actores se conjugan para construir un relato que habla de pertenencia, memoria y humanidad. Con Un mundo imaginado, Burman redefine el thriller argentino, mostrando que la épica puede ser íntima y que la aridez del territorio refleja los vacíos y secretos humanos. La serie no busca imitar la realidad; la reescribe con tensión, emoción y poesía visual, confirmando que la ficción puede ser un espacio para explorar la pertenencia, la memoria y la identidad colectiva. La geografía, los actores y la literatura de Claudia Piñeiro se conjugan en un relato donde la intimidad y lo público, la naturaleza y la política, forman un entramado que dialoga con el espectador a nivel emocional y estético.
—¿Qué implicaba para vos trabajar un género poco transitado en el cine argentino, como un western en este territorio?
—Cuando empezamos a trabajar con Martín Hodara, codirector de la serie, y decidimos trasladar la acción al norte argentino, nos sorprendió la fuerza de la geografía. Es un territorio indeterminado, no aludimos a ninguna provincia en particular. La presencia de la tierra y su impacto en los personajes y la trama fue inmediata. Los dos somos fanáticos del western y descubrimos que ese triángulo desolado se prestaba a un “western burocrático”. Nos interesaba el contraste entre la aridez del paisaje y la aridez emocional de los personajes. El western incorpora el territorio de manera feroz, y nosotros fuimos fieles a eso, sin querer hacer un western argentino tradicional. Jugamos con sus elementos con libertad formal, y Netflix abrazó la propuesta de inmediato, aun siendo rupturista en lo visual. Esa libertad nos permitió explorar la tensión entre géneros, mezclando thriller, drama político y western sin imponer reglas rígidas.
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—¿Cómo trabajaste con los actores para reflejar la tensión entre lo público y lo privado?
—Tuve un elenco extraordinario. La construcción de los personajes fue compleja porque siempre hay fricción entre el drama familiar y lo político, lo íntimo y lo público. No queríamos el estereotipo del político como alguien de doble cara; son personas completas, con contradicciones, con fracturas ligadas a la identidad y la familia. Las promesas incumplidas, las verdades ocultas, los vínculos con los padres: todo eso se filtra en lo público. Para sostener esa complejidad necesitábamos actores capaces de encarnar esa incoherencia, que es lo más humano que tenemos. Yo siempre les digo que buscar coherencia en un personaje es lo más inhumano; todos somos contradictorios y ahí está nuestra humanidad. La serie explora cómo esas fracturas personales repercuten en el espacio público, en decisiones políticas y en las relaciones de poder, generando un entramado de tensiones que se siente auténtico.
—La serie muestra que la tensión física ocurre a plena luz del día, mientras que lo privado se desarrolla puertas adentro. ¿Cómo trabajaron eso?
—Exacto. La luz y la sombra son territorios distintos de la misma alma. Lo íntimo ocurre puertas adentro; lo público y los conflictos se dirimen a la luz. Incluso los duelos que resuelven parte de la trama suceden al aire libre. Jugamos con la geografía para reflejar la geografía del alma, cómo lo interior se proyecta sobre el espacio físico. Hay escenas donde los personajes deben confrontar sus miedos y decisiones en medio del viento, el sol y la altura, y eso da una carga simbólica que no podríamos haber logrado en interiores o estudios. La naturaleza no es solo un fondo: interviene en la narración, marca los ritmos y obliga a los personajes a enfrentarse a sí mismos.
—¿Filmar en el norte argentino modificó la historia o la manera de contarla?
—Fue un desafío enorme. Filmamos en Susques, un pueblo minero a gran altura, uno de los puntos más altos del país accesibles con camión. La naturaleza te interpela: el viento, el frío, el sol condicionan todo. El encuadre lo dicta el espacio. Aprendimos a incorporar el viento a las escenas, a no esperar que nada se calme. Es un ejercicio que nutre la historia: cada mañana, el lugar te dice dónde pararte, y lo que habías planeado deja de importar.
Eso nos obligó a replantear cada plano, a sincronizar con el lugar y a dejar que el territorio forme parte de la narrativa. Filmamos secuencias donde la fuerza de la naturaleza genera tensión física y emocional, integrando los elementos a la actuación de los personajes y al ritmo de la historia.
—¿Cómo fue adaptar la novela de Claudia Piñeiro?
—Cuando leí el libro me encontré con algo muy familiar: la filiación, los vínculos, los secretos familiares. Pero la mirada de Claudia fue renovadora: me permitió explorar obsesiones personales desde un punto de vista distinto. Su universo es tan vasto que podrían hacerse treinta miniseries; elegí un recorte que me parecía potente. Claudia fue generosa y nos dio libertad, algo poco habitual. Esa confianza permitió que la adaptación mantuviera la complejidad de los personajes y el tono híbrido entre thriller, western y drama familiar.
—¿Qué significa estrenar en este momento de Argentina, con tantas discusiones sobre pertenencia y frontera?
—El cine y las series siempre dialogan con la coyuntura. Un mundo imaginado se estrena en un país donde todos los días se discute quién puede estar adentro o afuera, quién merece un lugar y quién no. La ficción no da respuestas, pero abre preguntas y espejos. Me interesa que la serie invite a repensar esas divisiones y cómo afectan nuestra vida cotidiana. Además, Netflix nos da alcance global: saber que millones de personas en todo el mundo pueden ver esta historia quita la angustia de preguntarse si alguien la escuchará. Ese alcance genera un vértigo amable: alguien en Tokio, Buenos Aires o Nueva York puede encontrarse con un relato que, en su esencia, habla de lo humano y lo universal.
—¿Descubriste algo de la historia durante el rodaje que no estaba en el guión?
—Todo el tiempo. Las series y las películas te enseñan cómo filmarlas mientras las hacés. A veces rodás una escena y de golpe comprendés algo profundo sobre un personaje. Hay que estar abierto a que la historia te hable y a que el proceso creativo revele nuevas capas. Cada escena aporta información inesperada sobre relaciones, emociones o decisiones de los personajes. Esa escucha activa del material es fundamental para construir un relato orgánico y potente.